En 1891 se encendió por primera vez la luz en la costa de Sardina, que llegó a ser sede de la alcaldía de mar del norte de la Isla por el volumen de su trasiego comercial y de pasajeros, para regocijo de una población que dependía casi exclusivamente de su puerto para desplazar enseres y personas. Menos de un siglo después, en 1986, la histórica instalación fue derruida en una sola noche, para evitar su restauración ante la solicitud de declararlo Bien de Interés Cultural. Hoy la sustituye desde un año antes de aquel ´macabro´ majo y limpio, una solitaria torre estándar de hormigón armado.
"Fue un visto y no visto. No dejaron ni un canto, ni una madera, todo en una sola noche". Pablo Tacoronte lleva el timón del bar Miguelín, estratégicamente situado en el cruce de Sardina del Norte que lleva a la playa del mismo nombre, y por otra vía, a la punta que acogía el antiguo faro, triturado en una noche del verano de 1986.
El cronista de Gáldar, Juan Sebastián López García, recuerda el ´suceso´, del que paradójicamente existe muy poco escrito a pesar del revuelo que se formó en la localidad del norte. El Ayuntamiento de la ciudad había propuesto declarar la vieja obra, que alumbró los mares de aquél Atlántico desde el 15 de febrero de 1891, como Bien de Interés Cultural pero el Estado no estaba por aflojar un duro para remendar sus sillares, sus maderas, sus jambas y su hermosa linterna octogonal de cristales planos. Y mandó derruir.
"No es que solo tiraran el edificio", declamaTacoronte mientras hace un alto en la cocina, "es que arramblaron por todo: sólo quedó un suelo plano", que aún hoy se puede observar en el lugar, pegado a la nueva construcción que no hace mérito a la anterior. Los restos no dan ni para categoría de yacimiento, esfumándose en una única noche su pasillo interno, sus paramentos ensalitrados, sus habitaciones, la oficina del torrero... "Recuerdo de pequeño", sigue Tacoronte mientras salen de la barra arroces tres delicias y pescados empanados, "de ir con mi padre a acompañar a un hombre a llevar gas y a encenderlo por la noche. Porque claro, había que encenderlo y apagarlo".
Y se le cogió cariño al chisme mientras se le daba macho a la mecha que iba con acetileno para dar incandescencia a una lámpara Dalen, que sustituía desde 1928 a un primitivo y original sistema de petróleo capaz de brillar a 16 millas con tiempo despejado.
"Aquel bonito edificio", escribe el ya fallecido vecino y concejal de la localidad Urbano Jorge en su libro sobre Sardina del Norte, "con su preciosa linterna" y que estuvo durante 95 años "comunicándole a los navíos de los siete mares su existencia..., ya no está", se lamenta Jorge. "Tenemos razones más que sobradas para sentirnos mal, por entender que aquél amigo desde la niñez merecía mejor trato".
Un ´amigo´ que en esta costa de océano abierto era en realidad un salvavidas para un fenomenal trasiego marítimo. Según relata el cronista de La Aldea de San Nicolás, Francisco Suárez, en su delicioso trabajo La mar en el oeste de Gran Canaria, a partir de 1852 y hasta que estalla la guerra civil en 1936 la exportación de cochinilla, plátanos, tomates y papas produce un boom de navieras que se instalan en la isla, y que recogen estos productos en las calas y pequeños puertos de la isla.
La importancia de Sardina de Gáldar le lleva a ubicar allí la denominada alcaldía de mar de la franja Norte, y con contacto "preferente" con Santa Cruz de Tenerife. Hay que imaginar aquella "época de oro del cabotaje" en Canarias con los elegantes veleros pailebots construidos en las islas dibujando el horizonte, o en el caso de Sardina, el rebumbio de falúas de menor calado pero de acusada quilla cargando en precario a veces la mercancía, que incluía un ganado que, dice el cronista, había que llevar en según que sitios nadando y con prisas..., antes de que se hundiera por la entrada de agua de mar por el ano. Incluso las camionetas eran "despiezadas" para poder embarcar y desembarcar en ese litoral de mareas recias.
Aquella farola inaugurada en la remota Punta de Sardina en 1891 alumbró a los marinos hasta que fue sustituida por la actual torre. Afirma el galdense Juan Sebastián López que ni siquiera fue reemplazada por una obra emblemática que hiciera honor a la antigua, sino por una construcción de diseño estándar sin mayor atractivo que el inherente a cualquier faro. Ahí se yergue en automático, pintado de rojo y blanco en una cornisa que hace de balcón cuando el océano se enbrisca, formando un espectáculo de marisco, espuma y agua al que acuden los vecinos en días de galerna, apostados, a veces sin saberlo, sobre los cimientos de aquella linterna convertida en faro fantasma en una noche de verano.
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